¿Qué tipo de tierra soy?
Un estudio sobre la parábola del sembrador y el corazón receptivo
Versión bíblica: Para este estudio utilizaremos la Reina-Valera 1960 (RVR1960), una traducción fiel y ampliamente usada en el mundo hispano.
Como sabemos, Jesús usó parábolas para enseñar verdades profundas con palabras sencillas. Una de las más conocidas es la del sembrador, donde nos invita a examinar el estado de nuestro corazón frente a la Palabra de Dios. No todos los que oyen el mensaje del Evangelio lo entienden ni perseveran. ¿Qué tipo de tierra somos nosotras?
Lectura principal: Mateo 13:1–23 (RVR1960)
“He aquí, el sembrador salió a sembrar…” (Mateo 13:3)
Contexto histórico y significado de la parábola
Esta enseñanza fue dada por Jesús mientras grandes multitudes lo seguían. Él se sentó junto al mar, y desde una barca habló a quienes estaban en la orilla (Mateo 13:1–2). En esa cultura agrícola, todos entendían lo que significaba sembrar y cosechar. Pero Jesús hablaba de algo más profundo: cómo cada persona recibe el mensaje del Reino.
Las parábolas tenían un propósito doble: revelar la verdad a quienes tenían un corazón abierto, y a la vez, ocultarla a quienes la rechazaban (Mateo 13:10–17).
Los cuatro tipos de terreno
Jesús explicó esta parábola en detalle a sus discípulos. Cada tipo de tierra representa una actitud del corazón al escuchar la Palabra de Dios.
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El camino (v. 4, 19)
“Cuando alguno oye la palabra del reino, y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón.”
Este es un corazón endurecido. La Palabra ni siquiera penetra. Puede haber distracción, incredulidad o indiferencia espiritual. Necesita ser quebrantado para recibir la semilla.
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La tierra pedregosa (v. 5–6, 20–21)
“Este es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración.”
Aquí hay entusiasmo superficial. El corazón parece responder, pero cuando llegan las pruebas o las críticas por causa de la fe, la semilla se seca. No hay profundidad espiritual ni raíces firmes.
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La tierra con espinos (v. 7, 22)
“Este es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra.”
El corazón está dividido. Hay demasiadas distracciones, preocupaciones o ambiciones que compiten con la Palabra. La fe no crece porque hay demasiadas otras voces.
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La buena tierra (v. 8, 23)
“Mas el que fue sembrado en buena tierra, este es el que oye y entiende la palabra, y da fruto.”
Este es el corazón que escucha, comprende y permanece. Aquí la Palabra echa raíces, crece y transforma. Produce fruto visible en la vida: fe, obediencia, amor, perseverancia.
¿Cómo orar por un corazón como buena tierra?
No podemos cambiarnos solas, pero sí podemos clamar a Dios para que prepare nuestro corazón.
Podemos orar algo así:
“Señor, muéstrame qué tipo de tierra hay en mi corazón. Si he sido dura, superficial o distraída, quebrántame y límpiame. Haz mi corazón blando y receptivo, listo para recibir Tu Palabra y dar fruto para Tu gloria. Amén.”
Para finalizar podemos ver que esta parábola no solo nos llama a mirar cómo estamos hoy, sino a cuidar continuamente el terreno de nuestro corazón. A veces nos distraemos, nos endurecemos o dejamos que otras cosas ahoguen la fe. Pero Dios es el que puede labrar nuestra tierra, sacar piedras, limpiar espinos y plantar una semilla que florezca.
Que cada día nos acerquemos a la Palabra con humildad, y le pidamos al Señor:
“Hazme buena tierra, Señor.”