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La parábola del hijo pródigo en nuestra vida diaria

 

parábola el hijo prodigo

La historia del hijo pródigo, que Jesús contó hace mucho tiempo, sigue siendo una enseñanza poderosa para nuestra vida hoy.

Jesús dijo: “Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde’; y les repartió los bienes.” (Lucas 15:11-12 RVR1960)

El hijo menor quería ser independiente. No confiaba en la guía de su padre y creyó que podía manejar su vida solo. Nos pasa también hoy: queremos tomar nuestras propias decisiones sobre la carrera, las amistades o incluso sobre cómo usar nuestro tiempo, sin detenernos a escuchar la voz de Dios.

Poco tiempo después, el joven reunió todo lo que tenía y se fue a un lugar lejano. Allí desperdició sus bienes viviendo sin control. (Lucas 15:13 RVR1960)

Esto nos invita a reflexionar: ¿Cómo estamos usando lo que Dios nos ha dado? A veces gastamos nuestra energía en discusiones que no llevan a nada, horas interminables en redes sociales comparándonos con otros, o nuestros talentos solo para beneficio propio. Al final, esas elecciones no llenan nuestro corazón.

El hijo terminó en la situación más humillante: cuidando cerdos, deseando comer lo mismo que ellos, pero nadie le daba. (Lucas 15:15-16 RVR1960)

Eso nos muestra lo que ocurre cuando nos alejamos de Dios: nos sentimos vacías, perdidas, buscando llenar nuestro corazón en lugares equivocados. Hoy eso puede reflejarse en un trabajo que nos agota sin sentido, hábitos que nos alejan de lo que realmente importa, o relaciones que nos hacen daño en lugar de nutrirnos.

Entonces el joven se dio cuenta de su error y dijo: “Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.” (Lucas 15:18-19 RVR1960)

El arrepentimiento no es solo sentir culpa, sino reconocer nuestra necesidad de Dios y dar el paso de volver a Él.

Jesús nos recuerda: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera.” (Juan 6:37 RVR1960)

Nunca seremos rechazadas por acercarnos a Él. Siempre podemos regresar, sin importar cuánto hayamos fallado.

Cuando el hijo regresó, su padre lo vio desde lejos y, lleno de amor, corrió a abrazarlo y besarlo. (Lucas 15:20 RVR1960)

El padre no lo recibió con reproches, sino con amor y restauración. Así es Dios con nosotras: nos perdona, nos abraza y nos devuelve nuestra identidad como hijas amadas.

Aplicación práctica: Esta historia nos recuerda que siempre podemos volver al Padre. Hoy podemos hacer una pausa, mirar nuestro corazón y pedirle a Dios que nos ayude a cambiar nuestra actitud, a escuchar Sus enseñanzas y a confiar más en Él que en nuestros propios planes. Incluso en los días más complicados, siempre podemos encontrar refugio, paz y amor en Sus brazos.

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